Omnipotente y misericordioso
Dios
que concedisteis en vuestra piedad
el reconocimiento de José Gregorio de la
Rivera,
quien fuera predestinado
por el mártir del
Cerro de Gólgota,
y luego confirmado por el Vaticano,
para que fuera el guardián
de las haciendas de
tus devotos,
el custodio de su dinero, de sus joyas y
piedras,
con la capacidad de hacer aparecer lo perdido
y de hacer que nos paguen el dinero adeudado.